Desmitificando nuestra cámara

14 diciembre, 2018

No cabe duda de que hoy en día llevamos en nuestras manos una cantidad de tecnología tal que hace sólo unos años era impensable. Las cámaras actuales pueden hacer cosas que antes ni siquiera estaban a la altura de los ordenadores más potentes (geoposicionar nuestras fotos, subirlas automáticamente a nuestro perfil de las redes sociales, disparar a velocidades altísimas, ofrecer un abanico de valores ISO descomunal, etc.) y nos ofrecen un buen montón de ayudas para hacernos la vida más fácil (?) a la hora de capturar imágenes. O al menos esa es la teoría…

Porque precisamente como consecuencia de tantas opciones y valores es fácil perder de vista la esencia. No te dejes engañar: aunque tu cámara tenga infinidad de botones, ruedas, anillos y un menú con tantas páginas que parece la web de un ministerio… en el fondo no es para tanto. Ahí va algo que te conviene tener siempre presente cuando sostengas tu sofisticadísima cámara frente a tu cara y te dispongas a componer tu próxima imagen, no importa si se trata de una réflex semi-profesional (o directamente “pro”), una compacta, una bridge o una cámara sin espejo:

Tu cámara es, en esencia, una caja negra que permite la entrada de cierta cantidad de luz hacia una superficie sensible que registra la imagen.

Piensa en tu máquina como una caja completamente sellada a la luz que aloja esa superficie sensible, puede ser una película enrollada dentro de un chasis, lo que viene siendo un “carrete” para fotografía analógica, o un sensor electrónico que transforma la luz en un archivo informático cuando se trata de fotografía digital. El quid de la cuestión es que cuando pulsas el botón, un orificio se abre y permite el paso de luz hacia su interior.

Qué cantidad de luz entra y cómo la “forma” de ese paquete afecta a la apariencia de tus fotografías ya es otro tema.

Fuente: https://www.rubixephoto.com